Estoy de nuevo aquí, con la herida abierta y mis ganas recurrentes de echar sal a la herida para que los gritos ahogados resulten en ideas trasparentes que den justificación a mis estados mentales y deseos casi nobles de agradarle a usted, querido lector.
Suena la madrugada de grillos inconscientes, estrellas inservibles y exageradas, lunas que maltratan la poesía. Lo digo en forma de queja porque mi luna se cayó al río y mis labios la andan buscando en otro cuerpo, en otras manos, en otro rostro que pueda mirarme a los ojos.
Estoy aquí de nuevo, trayendo lo mejor que tengo de mi, una idea corta que argumente mi papel de ser humano, es tan difícil dejar de serlo, dejar estos pies que me atan al suelo, esta sonrisa que me hace prójimo, estas palabras que se vuelven poema roto cuando corto de golpe la idea y pienso en mi sangre que hace días se queda serena cuando mira por el espejo y ve ese mar caótico de ángeles muertos y mujeres salvando la esperanza. Cuando hierve mirando niños rotos y muñecas feas arrinconadas en el olvido. Poetas que prefieren el ego antes que los sentidos y con orgullo se creen los salvadores del tiempo, del arte devaluado y el papel empastado escrito a doble espacio que bien podría servir como papel higiénico de bajo costo.
Por favor, prueben de mis palabras, son sal que amarga, agua que no da vida, mar sin naufragio, pero que irremediablemente, salta de mis entrañas y se vuelve grito que taladra la noche para volverse caricia.
Tomen mis palabras, las ultimas del día, son aves que liberan, sueños que marchitan. Son lo mismo que pudo decir cualquier idiota que prefirió salir a la noche y quedarse callado, mirando caer suspiros de otra batalla sin ganadores en la cama.
Mídanme, pruébenme, soy el que olvido deletrear amor y quito el acento a sus “días”.
Lo que sirva de mí, es todo suyo, yo soy del suelo.
Días inútiles.
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Epitaphium, Epitopium, Epitafio
¿Qué dirá el epitafio escrito sobre nuestras tumbas? ¿Será como la advertencia de “favor de no molestar” en palabras más sarcásticas, irónicas y valientes? ¿O será la frase que bebemos día a día estando vivos? Yo les diría a mis enemigos “A aquellos que se creen paridos por Dios les diré que jamás en mi vida he parido yo cosa tan monstruosa” o hablando de vicios y fornicios mi epitafio preferido sería “una pequeña muerte más en los brazos de mi amante preferido en turno”. ¿Y usted querido lector, ha pensado ya en la marca que cerrará el final de su vida, su último canto, grito, orgasmo o vicio? Nada mejor que un epítafio, última o primera palabra del abismo de nuestras vidas.
Esther.
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Epitafio.
Mientras el caos se enreda en mis venas y la extrema sensación de debilidad me invade, llega de nuevo a mí la notificación, “escribe Daniela”. Se vuelve a mi faz la ansiedad, y el deseo de desechar los versos por la rendija que da a la desesperación. Vuelve la incertidumbre y el anhelo de arrancar mi piel y mis ojos para ya no sentir ni mirar. En ese momento se me apetece el más exquisito y tóxico néctar de la muerte, para sumergirme en las sábanas del color de la niebla y rendirme ante mis sueños.
Y al final, mi epitafio escrito sobre los mares: “mujer acuática de sed incesante, el corazón sin memoria y el alma inmortal”
Daniela.
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